¡Qué
maravilla de exposición en el Museo del Prado! No podía empezar este post de otra manera. Diego Velázquez demuestra su actividad como
retratista los últimos diez años de su vida gracias a las obras que pintó de la
familia de Felipe IV el cuál reclamó su trabajo en 1649, aunque Velázquez no
llegaría a España hasta 1651 tras haber triunfado en la corte papal con los
retratos de personajes como el Papa Inocencio, una pintura que impacta por la
mirada tan intensa del retratado.
En
esta misma sala se encuentras dos cuadros muy similares de Felipe IV. Tan solo
dos años de diferencia entre uno y otro. El primero, de 1654, está
caracterizado por una sinfonía de grises, a diferencia del de 1656, de más calidad
y con una edad más avanzada. En esta última Felipe IV muestra el toisón que marca la principal
diferencia de las dos obras.
La
siguiente sala tiene como protagonistas a “Las dos primas”; Mariana de Austria
y María Teresa. Que además de madrastra e hijastra eran primas y de edad muy
parecida. Es entonces cuando el pintor inicia una etapa en la que deja de lado
los modelos masculinos para dedicarse a los femeninos. Se producen también una
serie de cambios en la pintura de Velázquez que amplía su gama cromática.
Las
siguientes obras no son solo de Velazquez, algunas, llevan el pincel de Juan
Bautista Martínez del Mazo y Juan Carreño de Miranda, sucesores del artista
sevillano que tras su muerte renovaron las fórmulas y las adaptaron a las
nuevas situaciones políticas. Las Meninas, uno de las obras más conocidas de Velázquez,
fue el punto de partida de ambos. Las
vestimentas de las mujeres o los papeles que sujetaban por ejemplo Carlos II o
Mariana de Austria reflejan la estabilidad política y los cambios de la época.
Cuadros
que llaman la atención por la busqueda de la luz, de los detalles y de la mirada de los protagonistas.
Velázquez
sin duda; un artista, un genio, un maestro.
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